lunes, 25 de agosto de 2008

PAN: el partido inútil

Acción Nacional ha encarnado por décadas, para millones de mexicanos, el anhelo de cambios frente al anquilosamiento político y el poder unipersonal del presidente. En el primer tercio de su segundo periodo en el poder, luce acotado, sin líderes ni agenda, de espalda a la nación.

En unas semanas arrancará la batalla partidista con rumbo a los comicios intermedios de 2009, que incluirán la renovación del Congreso federal, diversas gubernaturas y cámaras locales. Los resultados previstos son aciagos para Acción Nacional, el partido en el poder.

Todas las noches, desde Los Pinos, en un operativo coordinado por Rafael Giménez, empresas encuestadoras hacen cientos de llamadas telefónicas para tomar el pulso nacional sobre lo que el presidente Calderón debe hacer o decir. Las intervenciones presidenciales están sometidas, cada día, a esos dictados de la opinión pública, que es voluble, caprichosa y esquiva.

Los pronósticos de un desastre electoral blanquiazul apuntan a beneficiar especialmente al PRI, el partido con el que la administración Calderón ha practicado una especie de cogobierno, obligado por la necesidad de construir mayorías para reformas legislativas.

Pero el programa panista de gobierno no termina por definirse, y si lo hace se inclina por batallas menores y acuerdos de corto plazo, con los mismos aliados que el PRI tuvo por tantos años —el colmo lo representa el cacicazgo de Elba Esther Gordillo. ¿Para esto dio el PAN una “brega de eternidad”, como lo pedían sus fundadores?

Subordinado a los llamados poderes fácticos, a los que no se toca ni con el pétalo de una declaración, el panismo luce paralizado por el miedo a perder el poder. Es un miedo que lo domina y lo castra. Una visión de más altura recomendaría que es mejor ser derrotado en medio de una batalla digna, que agazapado y medroso, con las armas rendidas de antemano.

Para redondear el panorama, el PAN se ha visto sujeto tempranamente a los apetitos del primer círculo calderonista, un reducto hermético y por lo visto hasta ahora, incompetente. Ahí se decidió, a inicios de junio, el cese de Santiago Creel como coordinador de su fracción en el Senado.

El jueves 6 de ese mes, el dirigente formal del panismo, Germán Martínez, dijo a Creel que lo echaba, y le dio tres razones: una supuesta rebelión en la bancada, fallas en el manejo de la negociación de la reforma petrolera, y la mala relación con las televisoras. Martínez dijo que había “al menos 20” senadores panistas inconformes, pero soltó sólo tres nombres: Fernando Elizondo, Judith Díaz Delgado, ambos de Nuevo León, y Gabriela Ruiz. Los tres se deslindarían luego, por escrito o verbalmente, de esa supuesta disidencia.

Está visto que la negociación petrolera no se hizo en Xicoténcatl sino en Los Pinos, y ahora se sabe que las televisoras no pidieron la cabeza de Creel, aunque sí lo hostigaban. La causa real de la decisión era simplemente el enojo porque Creel fuera el único panista ubicado con posibilidades hacia el 2012. El asunto ha servido para catalizar una crisis de profundidad en el PAN, como lo demuestra la renuncia de Javier Corral al Consejo Ejecutivo del partido.

Hay sin duda demasiado peso sobre los hombros de Germán Martínez, quien quizá para entender mejor las cosas, el fin de semana fue a ver la película La otra reina, sobre Ana Bolena, una historia de sórdidas luchas por el poder, fraguadas mediante intrigas de palacio.

APUNTES: LA HORA DE COFETEL

  • EL “SÍNDROME HAMLET”, que produce en el gobierno el mal de la indecisión, se expresa en la demora para reestructurar la Comisión Federal de Telecomunicaciones, el órgano regulador del sector. El jueves se cumplió una semana de que la Corte publicó el “engrose” de una resolución que reconoce a Gonzalo Martínez Pous y Rafael del Villar el derecho a ser miembros del organismo. Ambos están con ese ánimo, pero esperan una señal de la casa presidencial, que no acaba de llegar.
  • PERSONALIDADES de diversos ámbitos firmaron una carta en la que se solidarizan con el periodista Miguel Ángel Granados Chapa, que encara un tortuoso y amañado proceso por difamación montado desde hace años por el ahora diputado federal hidalguense Gerardo Sosa, a quien los jueces han beneficiado construyendo con este caso un ejemplo de abusos.

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