lunes, 5 de octubre de 2009

Las cenizas de la CNDH




Procesar el nombramiento del nuevo ombudsman nacional sin debatir sobre lo que ha ocurrido con la institución nos atraerá una crisis de alcances internacionales

Una Comisión Nacional de Derechos Humanos desmantelada en su vocación y autonomía; una institución devorada por el despilfarro, el nepotismo y el amiguismo; un liderazgo mermado lo mismo por pugnas ideológicas y políticas que por sólidas objeciones internas y externas.


Este es el panorama que presenta el organismo que está a punto de cumplir 20 años de vida, la mitad de los cuales ha sido encabezado por el doctor José Luis Soberanes, quien será relevado en noviembre próximo en un contexto de gravísimo deterioro.



A la par de la descomposición que vive la CNDH, en el país crecen los indicios de una aguda crisis en materia de derechos humanos a causa de la inseguridad, los abusos de la fuerza pública y la pobreza, lo que atrae crecientemente la atención de organismos especializados y gobiernos extranjeros, a los que les preocupa si México está cumpliendo preceptos básicos de la convivencia democrática.


Esta semana el Senado cerrará la recepción de candidaturas para suceder a partir del 16 de noviembre, a Soberanes Fernández, que arribó al cargo en 1999 –fue reelecto en 2004- acompañado por el prestigio de un respetado jurista, pero que parece haber sido devorado por sus propios errores y ambiciones. Todavía hoy intenta un inverosímil salto para ser nombrado ministro de la Corte.


Dos de sus colaboradores, Raúl Plascencia y Mauricio Farah –otra más, Susana Thalía Pedroza, fue eventualmente expulsada del primer círculo- se proyectan como fórmulas de continuidad. El primero de ellos ha sido cuidadosamente cultivado como “heredero” de un patrimonio que no soporta remozamiento alguno y cuyo derrumbe arrastraría al que apueste por un soberanismo sin Soberanes.

Una táctica de la gestión que dominó a la CNDH esta década fue atraer complicidades de diverso signo, lo que llevó a la institución a personajes sin carta credencial alguna en este ámbito, pero sí con un pasado muy oscuro, al grado de que en algunos casos se les atribuyen incluso ligas con el narcotráfico.


En esta misma línea operaron contrataciones de familiares de ministros de la Corte, de la UNAM e incluso de legisladores, de ahí que el equipo de Soberanes asuma contar con la protección y el apoyo, por ejemplo, del líder senatorial priísta Manlio Fabio Beltrones, por el hecho aislado de que una pariente suya se haya desempeñado en la Comisión. La historia de los próximos días deberá demostrar la temeridad de tal apuesta.

La contaminación de la política llevó también al titular del organismo a construir una especie de cacicazgo en el ámbito de los presidentes de comisiones estatales de derechos humanos. Las evidencias disponibles muestran que ello sólo impuso mayor mediocridad en el sector, al grado de que la mayor parte de estas comisiones no son autónomas de los respectivos gobernadores.


Pero un debate en esta materia debería centrarse en la banalidad que domina crecientemente a la Comisión; en la debilidad de su gestión; en el extravío de sus resoluciones; en la tendencia a pactar con la autoridad en demérito de las víctimas; en su desdén al consejo asesor que debería normar sus criterios; en la reciente proliferación de recomendaciones sin seguimiento ni acompañamiento de los denunciantes.

Bajo esta lógica, no debe sorprender a nadie el choque de criterios que la CNDH ha sostenido con organismos internacionales de amplia solvencia, como el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, cuyo representante en México, Amérigo Incalcaterra, fue humillantemente retirado a mediados de 2008 bajo la presión mancomunada de la CNDH y el gobierno mexicano.

Es el mismo caso con Human Rights Watch, que en el mismo año de 2008 desnudó a la Comisión en un reporte que despertó la furia de Soberanes y de varios funcionarios públicos.

Este proceso de recambio deberá ser espacio para un debate nacional sobre el tema. Una simulación o una componenda partidista atenida al mero principio del reparto de posiciones, acabará por sepultar a la CNDH. Y cuando la echemos de menos el daño al país será ya irreversible.

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