lunes, 4 de enero de 2010

Las cifras de la bestia

Todos debemos indignarnos ante la apatía oficial frente a los registros periodísticos sobre el número de ejecuciones ligadas al crimen organizado en el último año.


Por lo menos tres grupos editoriales del país –“El Universal” lo hizo en forma pionera- han empezado a desplegar el producto de un esforzado registro de muertes violentas en el territorio nacional durante 2009: las llamadas ejecuciones perpetradas por sicarios del narcotráfico.

No está en la capacidad ni en la naturaleza de quienes desarrollan esa tarea netamente periodística, agotar el seguimiento de cada caso para constatar que quede registro del mismo en un acta de defunción acopiada por el Registro Civil, y que en la misma conste la causa final de la muerte; mucho menos, verificar si el Ministerio Público hizo su tarea y abrió una averiguación sobre los autores de la agresión y el resultado de la búsqueda de los culpables.


En tanto que los reportes noticiosos pueden incurrir en imprecisiones; el riesgo de que esos registros no sean del todo exhaustivos, o las simples complejidades del procesamiento de información están haciendo que las cifras totales varíen de medio a medio, no así la tendencia: en sólo un año, el número de muertes violentas ligadas al narcotráfico se quintuplicó en el país.


Chihuahua, Guerrero y Sinaloa son las entidades que más sufren el problema, pero no hay estado que no tenga su propia cuenta, con la solitaria excepción de Yucatán, lo que deja en ridículo aquel discurso para consumo externo que hablaba de un fenómeno que se concentraba en tres estados.
En el terreno de los especialistas hay un importante valor agregado para estos análisis, pues se comparan series históricas más largas que permiten, por ejemplo, advertir que la violencia mortal es endémica en estados como Guerrero, donde este tipo de hechos han incluso disminuido en las décadas recientes, lo mismo que en el Distrito Federal, por ejemplo.


Otros autores han hecho aportaciones fallidas o amañadas, como ocurrió a principios del mes pasado con un amplio ensayo en la revista “Nexos”, que se basa precisamente en datos de actas de defunción del Registro Civil. Pero cualquiera sabe que muchos cadáveres producto de esta época sangrienta van a dar a la fosa común sin que nadie los identifique, los reclame o exija justicia para las víctimas.

Otra cifra “a modo” es la que procesa el Sistema Nacional de Seguridad Pública, que consigna datos apenas a partir de 1997, pero derivados de denuncias presentadas ante el Ministerio Público, lo que adolece del mismo problema.

No debemos acusar a nuestras autoridades de displicentes en este tema. Lo que realmente podemos atribuirles es una actitud hipócrita pues declaran su compromiso para enfrentar el problema militar pero son renuentes a medir los resultados respectivos, como no sea con una estadística de detenciones, harto amañada, pues en la misma se incluyen lo mismo a verdaderos peces gordos que van a dar a prisión, que carne de cañón que resulta procesada pero alcanza una pronta liberación, sea porque siempre fueron inocentes sea porque fiscales y jueces incapaces o venales los dejan regresar a las calles.

Una contabilidad rigurosa, con aval oficial, pondría también de manifiesto que sólo un porcentaje ínfimo de estas muertes es investigado, lo que da lugar a una gigantesca impunidad, que es el verdadero nutriente para la vorágine de violencia que sacude al país desde hace una década por lo menos.

El Partido Acción Nacional, en el poder desde el 2000, ha sido igualmente incapaz de explicarnos a los mexicanos porqué antes de la alternancia en el gobierno las bandas criminales parecían observar el mismo principio de orden al que se ajustaban otros factores de poder en un Estado con visos claros de autoritarismo.

Hoy debemos digerir discursos de líderes del PRI argumentando que ellos sí sabían cómo manejar este problema, cuando ha quedado demostrada hasta la saciedad la complicidad de los políticos y de los jefes policiacos de ayer con las bandas del narcotráfico. Así resolvían las cosas.

No podemos saber en qué medida esas complicidades se han erradicado o a qué nivel se conservan. Es otra consecuencia de que la autoridad peque de disimulo ante las estadísticas de muerte que genera la bestia del narcotráfico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario